"Bastarda", la nueva novela de la exitosa escritora nacida en Mar del Plata, rescata la figura histórica de Manuela Sáenz, una de las heroínas independentistas de América Latina. Política, revolución, pasión y lujuria se conjugan en el convulsionado Alto Perú de principios del siglo XIX.
Por Rocío Ibarlucía y Dante Galdona
Se la podría describir como un personaje de sus propias novelas. Es apasionada por la historia americana, lectora sagaz de las mujeres del siglo XIX y, sin dudas, una autora prolífica. Florencia Canale, periodista -nacida en Mar del Plata- y escritora de diez novelas históricas que comenzaron con su éxito editorial “Pasión y traición” (2011), habla sobre su último libro, “Bastarda” (Planeta), que tiene como protagonista a Manuela Sáenz, la “Libertadora del Libertador”.
Y también habla de sí misma en igual registro, atravesado por un fuego que parece haberse encendido en el siglo XIX y llegar a ella en su temprana infancia. La llama es la misma. La de ella, la de Manuela Sáenz, la de tantas mujeres que tuvieron un rol central en la historia americana. Mientras le gana “batallas a la muerte, ese enemigo asqueroso” mediante la escritura, la autora no escatima palabras para hablar sobre las independencias de nuestra región, el rol de las mujeres en el siglo XIX y su preferencia por la ficción frente al periodismo, en una charla exclusiva con LA CAPITAL.
“Bastarda” (Planeta), la nueva novela de Florencia Canale.
-¿Cómo nació tu interés por la novela histórica? ¿Qué itinerarios de lecturas y qué intereses te llevaron a elegir este género que venís cultivando con tanto éxito?
-Esta es la décima novela histórica que escribo, o sea que son once años de publicación constante, a partir de mi tercera novela empecé a publicar en forma anual. Supongo que tiene que ver con que la historia es una disciplina que me interesa mucho, me convoca, me interpela. La historiografía pura y dura me interesa. Después, en la novela histórica -un género específico que por supuesto está nutrido por la historia pero escrito como una novela- todo lo duro, el dato de rigor, se ablanda o toma otra forma, otro movimiento, a partir de la novela. Soy lectora de novelas históricas, me gustan las series históricas, las películas históricas. El pasado, revisar el pasado, es algo que desde muy chica me interesa. Quizá buscando el origen de todo, de todos, no lo sé, pero me ha dado siempre mucha curiosidad.
-Teniendo en cuenta esto de que te gusta el dato de rigor y siendo de profesión periodista, llama la atención que no tiendas a escribir crónica. Más allá de que te llama la historia, ¿por qué no vincular tu talento narrativo con tu profesión?
-Porque los cronistas cuentan su tiempo y para el discurso periodístico tengo una imaginación más frondosa, veo escenas todo el tiempo, no me interesa ese discurso para contar el pasado. Abandoné por ahora esa profesión. Me da mucha más felicidad y tengo una pasión demasiado desbordante como para el periodismo. Tampoco me interesan las crónicas y las investigaciones periodísticas. Yo también investigo pero voy más allá, lo hago como una investigadora historiográfica, que es otro registro.
-La ficción, a diferencia del periodismo, seguramente te permite más libertades, como ir a contrapelo de los discursos historiográficos dominantes sobre las independencias de América del Sur, desde una perspectiva de género. En “Bastarda”, por ejemplo, le das más protagonismo a Manuela Sáenz que a Simón Bolívar. ¿Qué te llevó a escribir sobre ella, qué te cautivó de su figura en un primer momento?
-¿Cómo no? Fue encontrarme con una personalidad avasallante, me aplastó. Por supuesto que dentro de la historiografía latinoamericana la figura de Manuela Sáenz es importante y de un tiempo a esta parte se la reivindica una y otra vez, pero tuvo que pasar mucho tiempo para que a Manuela se la reconociera como tal y no como la amante de Bolívar.
-En general, a todas las mujeres de la historia les costó que fueran revaloradas. ¿Por qué creés que pasó eso?
-Por su propio valor y no por la relación que las estigmatizaba. Lo que pasa es que en el siglo XIX las mujeres en Latinoamérica y en el mundo siempre han sido en relación a un varón; la hija de, la mujer de, la madre de o la amante de. Nunca, Manuela Sáenz. Me gusta decir que Simón Bolívar fue el amante de Manuela Sáenz y no al revés. Porque además ella fue Manuela Sáenz antes de Bolívar. Ella fue nombrada Caballeresa de la Orden del Sol por San Martín, un tiempo antes había participado activamente de las revueltas y conspiraciones independentistas en Lima junto a su amiga, también mujer, Rosa Campusano, y por esta labor es honrada y señalada honoríficamente, después es nombrada Capitana porque participó activamente, puso el cuerpo, en la batalla de Ayacucho. Por supuesto que esto no era una práctica habitual de las mujeres, aunque yo diría que en el norte de América del Sur las mujeres sí se comprometían activamente en el espacio público. En el Río de la Plata, las nuestras, tuvieron que pasar muchos años para que sucediera, pienso en Encarnación Ezcurra y, por supuesto, en Juana Azurduy. En Lima, las tapadas limeñas, espías poniendo en juego sus vidas, mujeres de todas las clases sociales y edades, muy involucradas con el proceso revolucionario, que es mucho más complejo que el nuestro. El nuestro es mucho más lineal, pero de Chuquisaca para arriba la sociedad era mucho más de castas que la nuestra. Pensemos en la población indígena, la mestiza, había muchas más capas que defendían cada una su propia batalla. La independencia nuestra llegó antes, en 1816, Lima es en 1821 y así sucesivamente. Además, era independizarse y volver a caer en manos de los realistas, es más intrincado eso en el resto de América del Sur que en nuestro país.
“Lo que pasa es que en el siglo XIX las mujeres en Latinoamérica y en el mundo siempre han sido en relación a un varón; la hija de, la mujer de, la madre de o la amante de. Nunca, Manuela Sáenz. Me gusta decir que Simón Bolívar fue el amante de Manuela Sáenz y no al revés. Porque además ella fue Manuela Sáenz antes de Bolívar”.
-Eso se ve en tu novela, los personajes femeninos, más allá de Manuela, tienen una participación activa en la esfera pública, como Manuela Cañizares, Rosita Campusano, las amigas esclavas de Manuela, quienes tuvieron un rol importante en su trabajo de espionaje.
-Totalmente. Era muy interesante lo arrojadas y temerarias que eran algunas mujeres, desconocían el miedo y el epítome es la bravura más absoluta de Manuela Sáenz. Mi tesis es que esta marca viene reafirmada desde su origen, su ilegitimidad, que la implica, la arroja, la lanza a un mundo donde debe demostrar y demostrarse que ella es hija de ella misma y que no es hija de nadie. Y, en todo caso, esta marca es de nacimiento, incluso de gestación, la trae en sus genes, por la madre, esta rebeldía, esta provocación y este abismo constante, porque podría haber sido una muchacha valiente, pero esta era una muchacha que se paraba en el precipicio constantemente y era un coqueteo constante, literal, con la muerte. No le tenía miedo y jugaba con eso y seguramente esto la tiñe de peligro y de enemigo público número uno, incluso es más peligrosa que el propio Simón Bolívar para algunos.
-A lo largo de la novela vas construyendo con distintos indicios, gestos y acciones su personalidad de revolucionaria. ¿Cómo fue el proceso de composición de este personaje, qué representaciones te interesó trabajar para mostrar a Manuela Sáenz?
-Es un proceso que a mí me sucede con todos mis personajes, que a medida que van pasando las páginas y va pasando la palabra escrita se me van llenando de carne. Al principio son puro hueso, están muertos y a medida que van pasando las páginas, van cobrando vida. Seguramente, hay ahí algo de mi propia pasión y de mi propio tumulto que conozco muy bien y entonces no me resultó difícil vestirla a Manuela. Además, hay mucho escrito por ella, su correspondencia con Bolívar es muy rica, un fragmento de sus memorias. Ella escribía muy bien, todo lo que hay ahí, todas las cartas son auténticas, no es un invento mío, las cartas de Bolívar y de ella, esas esquelas y esas cartas que se mandaban son verdaderas. Y bueno, con todo eso, no me resultó difícil construir esa figura. Además, también tenemos la pintura de la tapa, es ella. En general, es muy raro porque por supuesto tenemos retratos de todos los héroes americanos, era una práctica que, otra vez más, se hacía con los varones, pero con las mujeres no era tan fácil o común. Tal vez un retrato de la señora de casa, pero pasados los años, esto era algo que se hacía con los varones. Pienso en Manuel Belgrano y su retrato conocidísimo con la pierna cruzada, ese retrato que él se hace en Londres porque se retrataban a los hombres, incluso como una operación de propaganda, o sea, los hombres eran importantes y necesitaban tener su carta de presentación; las mujeres yo diría que no. Hablo por las tapas de mis novelas, es difícil encontrar pinturas de estas señoras. Sin embargo, esa pintura es Manuela Sáenz, esto quiere decir que era notable. Por lo pronto, yo tengo esa imagen de una mujer guapa, desfachatada, vestida de blanco, un color que no se usaba, muestra un hombro (no se mostraban hombros en la época). Está vestida un poco a la francesa, en América del Sur las mujeres se vestían a la española, faltaba mucho para vestirse a la francesa. En cambio, ella, con escote, es muy impresionante y en todo caso es muy fácil para mí verla, es muy fácil. Es mucho más común verlos a San Martín y a Bolívar, tenemos tantos retratos de estos muchachos, viven conmigo, están acá, los tengo permanentemente a todos y ella me resultó muy cercana. El trópico, ese calor del Caribe, esa rotundez del cuerpo y esa seguridad, porque éramos colonia española y con esto estoy diciendo la inquisición, la opresión católica y demás del deber ser y la moral. En Quito, en Lima, en algunas de estas grandes ciudades eran sitios donde por ahí las mujeres eran un poquito menos encorsetadas, pienso, que en Buenos Aires.
“Era muy interesante lo arrojadas y temerarias que eran algunas mujeres, desconocían el miedo y el epítome es la bravura más absoluta de Manuela Sáenz. Mi tesis es que esta marca viene reafirmada desde su origen, su ilegitimidad, que la implica, la arroja, la lanza a un mundo donde debe demostrar y demostrarse que ella es hija de ella misma y que no es hija de nadie”.
-Decías en una entrevista que siempre tuviste una cabeza que le preocupaba a los adultos en tu infancia. ¿Cómo crees que se formó esa cabeza tuya y cuál es tu paralelismo con Manuela? ¿Te seguís sintiendo una preocupación?
-Bueno, si están preocupados, me importa nada la opinión de los demás. Sí seguramente soy una preocupación, porque no soy mainstream, siempre soy como una forajida, una bandida, el status quo me ha intentado asir y yo me escapo entre los dedos constantemente, soy como el agua que se escapa, soy difícil de catalogar y esto es un poco desde chica. Era una preocupación para el mundo adulto porque me inquietaba mucho el mundo adulto, no me interesaba el mundo infantil cuando era chica, era muy solitaria, muy lectora, entonces no necesitaba de la aprobación o de la aceptación de amiguitas o amiguitos porque yo estaba acompañada por mis lecturas, mis libros, esos viajes que yo emprendía sola.
-¿Cuáles fueron esas primeras lecturas?
-Aprendí a leer a los tres años. Empecé a leer “Mujercitas” y colecciones de novelas policiales para niños, no leía los libros infantiles que tanto conocemos. Rápidamente, emprendí lecturas decimonónicas, novelas del siglo XIX, algo bastante denso para una niña pequeña. Entonces, tenía una imaginación muy poderosa. El mundo de los adultos… mis padres seguramente estaban más preocupados, pero mis abuelos estaban asombrados por este enano que era yo. Yo andaba con gente grande, no era un chica traviesa, sino que me dedicaba a observar y escuchar y eso era lo que me interesaba. Mi abuelo era un anatomopatólogo muy importante, entonces desde los cinco o seis años me llevaba los sábados a la mañana cuando daba su vuelta por los hospitales y me enseñaba a armar los preparados y mirar por el microscopio. No jugaba con muñecas, yo siempre jugué con libros.
“Seguramente, hay ahí algo de mi propia pasión y de mi propio tumulto que conozco muy bien y entonces no me resultó difícil vestirla a Manuela. Además, hay mucho escrito por ella, su correspondencia con Bolívar es muy rica, un fragmento de sus memorias”.
-La lectura también es algo que atraviesa la figura de Manuela Sáenz, pensando en estos paralelismos entre vos y tu personaje. No decidiste solamente detenerte en el fuego de la pasión, sino también en su educación. Desde niña hasta el final de su vida la lectura la acompaña y es algo que la une a Bolívar, no solo su belleza física.
-Es todo lo que interpela a Bolívar, encontrar una interlocutora, un contrincante a su altura. El hombre era un Don Juan empedernido, en cada puerto un amor o más. Un hombre desbordado sexualmente, que encuentra en ella además de su belleza, su voluptuosidad y su encanto, una mujer que le retruca. Él le habla en latín para encandilarla y ella le responde en latín, como diciendo “quién te creés que sos”, y el tipo queda pasmado porque no solamente la llama a su cama, sino que la llama para que lo asista, lo asesore, él la escucha. Los hombres no escuchaban tanto a las mujeres, no sé si las escuchan ahora. Pero bueno, él le presta atención y la respeta. Tal es así que hay un momento en el que él ya no puede más, porque como es un político y Manuela no, Manuela es una bola de fuego y no sabe negociar, entonces para él es demasiado imprudente y se la quiere sacar de encima. No puede, no puede ninguno de los dos salirse de ese fuego.
Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru nació en 1795 en Quito y falleció en 1856 en Paita, Perú.
-Hay una escena que se ve ese cruce entre la intimidad, la sensualidad entre ellos dos y el compromiso político con la liberación de América. Ambos están desnudos en la cama y hablan de sus deseos de convertir a América en la gran nación del mundo. ¿Cómo pensaste esas tensiones entre lo privado y lo público, entre el erotismo y la política?
-Es emocionante, esto era así, largas madrugadas tenían que ver, por supuesto, con su encuentro sexual pero también con esas charlas interminables, porque en todo caso lo que buscaba Manuela desenfrenadamente era la libertad, la propia y la de América. Ella se designa como americana, esto es bastante novedoso. Realmente, lo que busca desenfrenadamente es el hombre que ejecute junto a ella, porque ella no se sale del protagonismo de las prácticas, un hombre que haga, pide que dejen de hablar. Ella es pura acción, praxis; él es un estadista. Por eso, antes del encuentro de Guayaquil, cuando Bolívar le pide que le cuente cómo es San Martín, ella le baja el precio. Ella lo conocía de antes y se lo deshace, le dice: “Andate ya, vos tenés que ganarle de mano, la gloria es tuya”, y así es que le hace caso, es así que llega San Martín y ve la ciudad embanderada, el puerto embanderado, volvió allá y puso la pata y San Martín dice casi “váyanse, déjenme de joder, no quiero más”, ella hizo lo que tenía que hacer para no disputar ni un gramo de nada. Esta gente no quiere vivir como hombres, sino en constante clamor, “el pueblo te ama, nos ama”, aunque ella se sabía odiada.
“En todo caso lo que buscaba Manuela desenfrenadamente era la libertad, la propia y la de América”.
-En tu opinión, ¿de quién fue la gloria?
-Yo qué te voy a decir, mi hombre es San Martín. En general, a mí me gustan los hombres más discretos y más secretos, Bolívar era más todo a la vista, era una obviedad, me cuesta. Me parece más interesante San Martín, no quiso rosquear más, se hartó de la rosca y se fue a vivir con su hija a Inglaterra pensando seguramente en pasar los últimos años de su vida, que fueron muchos más de los que pensó, murió grande.
Sin embargo, yo la entiendo a Manuela, que haya quedado prendada en un punto de este tipo que era un profesional, un gran seductor, no en vano ocupó el sitio que ocupó. Si no, no hubiera sido el Libertador de América, era un tipo preparado, un tipo en busca de la gloria constantemente, lo que pasa es que murió joven, algo más de cuarenta años. Y además ya le habían bajado el pulgar los propios, no se lo bajaron los realistas, eso ya estaba ganado, sino los propios, su vice, Francisco de Paula Santander, y los muchachos de los llanos, el caudillaje, Venezuela, Colombia, Perú, donde las fronteras estaban un poco desdibujadas. Era, en un punto y salvando las distancias, una sociedad un poco feudal, los señores dueños de la tierra. Entonces, viene este tipo, Bolívar, a tratar de aunar discursos internos y en un momento lo logra. Pero seguramente cuando ya los españoles estaban en caída y la cosa venía acomodándose, los propios empiezan a sentir que sus ansias de poder eran dictatoriales y tiránicas, le decían el dictador, lo que pasa siempre. Pienso en nosotros con Rosas, que lo tumba a Urquiza y los muchachos unitarios y después los propios muchachos sienten que Urquiza es el nuevo tirano. Nuestra historia, y supongo que todas las historias, es constantemente una tragedia shakespeareana. Pensemos que el continente todavía se estaba armando, organizando y entonces tal vez las traiciones entre hermanos eran las más desalentadoras pero las que estaban a la orden del día.
-¿Qué te ha sorprendido de la recepción de tus novelas hasta ahora?
-Me voy olvidando, yo pienso que la última es impresionante. En este caso, Manuela Sáenz es una figura menos conocida para nosotros en Argentina. Seguramente, la historiografía sabe muy bien quién es, un público reducido la conoce aunque sea de nombre. Me llama la atención el asombro y el amor arrebatado por la historia de esta señora y lo que también me ha llamado la atención a un mes de publicada la novela es que me han escrito de Colombia y eso refuerza mis convicciones y mis ideas de que debo seguir en ese siglo glorioso y tan productivo, esa masa, esa brasa caliente, el siglo XIX es fascinante.
“Nuestra historia, y supongo que todas las historias, es constantemente una tragedia shakespeareana. Pensemos que el continente todavía se estaba armando, organizando y entonces tal vez las traiciones entre hermanos eran las más desalentadoras pero las que estaban a la orden del día”.
-¿En qué estás pensando para el próximo libro?
-Ya estoy como loca, tengo una pila de libros acá. A la semana de entregar “Bastarda”, tuve una reunión con Mariano Valerio, mi editor, y le dije que quería escribir sobre alguien, le conté un poco más y abrió los ojos como platos. Me dijo “Dios mío”. No voy a decir mucho, lo único es que esta vez será un varón, por supuesto un varón y sus circunstancias, eso no quiere decir que era célibe, un varón muy apasionante del siglo XIX, de tiempos independentistas.
-¿Argentino?
-Es argentino, pero ha tomado relevancia en América, incluso quizá más reconocido en otros países. Un hombre apasionante por el que, por supuesto, me hubiera arrastrado (risas). Un hombre deslumbrante. Ya estoy leyendo, ya tengo un gran material, libros extraordinarios que encontré, de historia. Siempre tengo ahí, encuentro alguien que se me pone en frente y me dice “vamos por aquí”.
-¿Cómo es tu rutina de escritura?
-Estoy todo el tiempo leyendo y escribiendo, tomando apuntes, tengo mis cuadernos. Empiezo a leer, a buscar, tengo alguna cábala también. En esta oportunidad, quiero empezar a escribir el 1 de diciembre, no quiere decir que no deje de leer y buscar, eso es en paralelo, la lectura y la escritura van juntas. Hay tanto leído que ya tengo mucho guardado en cajones mentales y solamente tengo abrir el cajón y despabilar un poco, hay procesos a los que en casi todas mis novelas acudo, como la Semana de Mayo, la Independencia, las Invasiones Inglesas, desde distintos puntos de vista a veces le entro a alguna de estas cuestiones que tengo ya totalmente tatuadas en el cuerpo. En general, empiezo a escribir después del mediodía y a la mañana siguiente releo, corrijo y sigo. Escribo cronológicamente aunque más o menos yo ya sé cómo va a estar estructurada la novela. En general, tiene un prólogo y un epílogo y está dividida en tres partes, casi siempre. Todavía no tengo muy claro cuál será el prólogo de la próxima, pero seguramente en algunas semanas ya lo tenga, lo estoy pensando ya. Por otro lado, cuando termino de escribir una novela, me quedo unas semanas un poquito en la nada, me falta el aire, me siento pésimo, necesito la lectura o el trabajo literario o intelectual. Me salva, me ha salvado y me sigue salvando. Tengo la idea de que yo le peleo a la muerte con esto. Entonces, cuanto más escribo y más leo le voy ganando batallas a la muerte, que es un enemigo asqueroso. Por otro lado, cuando terminé de escribir “Bastarda” me convocaron de Planeta Lector, la editorial de literatura infantojuvenil de Planeta y escribí una antología de cuatro cuentos largos para niños, de ficción histórica, que sale en febrero. O sea, estoy todo el tiempo en el pasado, revisando, leyendo, escribiendo, en distintos registros, pero siempre allí, en el XIX.